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El preocupante incremento del precio de los combustibles fósiles, la incertidumbre sobre la disponibilidad de las reservas, así como el impacto de las emisiones de gases de efecto invernadero, ha promovido el desarrollo de biocombustibles. Entre ellos, el biobutanol suscita interés por poseer unas propiedades similares a las de la gasolina, y mejores que las del bioetanol, lo que lo convierte en una alternativa prometedora. En este trabajo se describen los avances en la obtención de biobutanol mediante el proceso fermentativo acetona-butanol-etanol (ABE), identificando aquellas etapas en las que es necesario invertir esfuerzos de investigación. En este sentido, la etapa de recuperación de butanol mediante tecnologías energéticamente eficientes ha impulsado el desarrollo de procesos híbridos, donde la extracción líquido-líquido, el arrastre con gas y la pervaporación se presentan como las tecnologías más atractivas.
Los biocombustibles son conocidos por poseer un balance nulo o casi nulo en emisiones de CO2, ya que se considera que el CO2 producido durante su combustión ha sido absorbido en la fase de crecimiento de las plantas a partir de las cuales se producen gracias a la fotosíntesis. La clasificación de los biocombustibles se realiza en función de la materia prima empleada para su obtención. Así, se distinguen: biocombustibles de primera generación, obtenidos a partir de los cultivos como la caña de azúcar y los cereales, y biocombustibles de segunda generación, que emplean materiales lignocelulósicos (residuos forestales y procedentes de agricultura). Desde el punto de vista sostenible, tanto económica como socialmente, los biocombustibles de segunda generación son preferidos frente a los de primera, ya que se basan en materias primas más económicas y, además, no compiten con los cultivos destinados a la alimentación humana [1]. Por otra parte, la Unión Europea ha establecido como objetivo para el año 2020 que los biocombustibles aporten un 10% al total de las fuentes de energía [2].