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Se calcula que el 30% del consumo mundial de energía se desperdicia en forma de calor debido a la fricción. Además, la mitad de las piezas que se fabrican tienen como único objetivo reemplazar otras que se han deteriorado a consecuencia de su uso.
Cuanto menos, se puede decir que ante estas cifras nadie puede cuestionar el colosal impacto económico que supone el tener la capacidad de controlar adecuadamente a los dos “culpables” de todo: la fricción y el desgaste. La tribología es un área de la ingeniería de superficies que precisamente se encarga de estudiar ambos fenómenos y todo lo que gira alrededor de ellos.
Solo en España, en 2014, una atención adecuada a los problemas tribológicos hubiera supuesto un ahorro de 13.200 millones de euros o, lo que es lo mismo, un 1,4% de su PNB.
La tribología es una de esas cosas que impregna y condiciona el día a día de absolutamente cualquiera que viva en cualquier lugar del mundo, y, sin embargo, aun así, para el público en general sigue siendo una auténtica desconocida.
Por ejemplo, un vehículo convencional presenta unos 2.000 contactos tribológicos o, lo que es lo mismo, 2.000 oportunidades para que sus diseñadores ofrezcan al usuario un ahorro de costes, ya sea en la reducción del consumo de combustible como en la reducción del remplazo de partes desgastadas.